Un laberinto y una rata blanca dentro. La rata tiene sus
costumbres en el laberinto, porque conoce parte de él. Va y da
videoconferencias en una sala del ala oeste, que es como un sustituto de dar
clase. Tiene su rinconcito investigador en el otro ala, donde ha hecho un
refugio, y ella está bien, la verdad.
Un día a la rata le sale una protuberancia en la barriga que
a lo largo de los meses adquiere toda la forma de un megáfono, pero de carne. Como ella está
bien, canta, y le gusta escucharse más alto con las reverberaciones que el
megáfono produce en los muros del laberinto. Los laberintos son como serán las
ciudades, que al final te mueves en un barrio. Pues ella, la rata, así está
bien.
Pero hay días en que la rata no se siente tan bien. La rata
recuerda que hay cosas más allá de las paredes del laberinto. Y no quiere
olvidarlas. Así que las canta, y sobre el nido que ha creado para dormir, se
echa patas arriba, coge con las manos el
megáfono de su barriga y canta a la vida que recuerda de otros lares.
Hay gente más grande y no roedora que observa la vida de la rata, y eso de que le
haya salido un megáfono de la barriga no lo lleva muy bien. Así que, o se le quita
el megáfono, (y de camino la mata y al carajo el sistema), o consigue que la
rata no tenga ganas ni de cantar.
Así, comienza una sarta de actos que la rata no comprende:
le quitan el tiempo de conexión de la videoconferencia, se lo trasladan a otro
día en que ella está arreglando el patio central del laberinto, le colocan
altavoces que le dicen RATA MALA, REMALA, REQUETEMALA… Coge más veces el
megáfono, pero no ya con la intención de escucharse a sí misma, sino para que
otras ratas que estén fuera o dentro del laberinto puedan escucharla y
ayudarla.
¿Y si se traslada a otra parte del laberinto? Tal vez se
acaben sus problemas.
Ocasionalmente, la rata va a otear la sala de la
videoconferencia, por si puede volver a tener conexión con el exterior-interior
que es una videoconferencia. Pero casi cuando va a dar la vuelta a la esquina,
baja de no se sabe dónde una plancha de metal oxidado que le frena el paso. A
veces ha conseguido rodear la plancha y llegar a esos sitios más alejados del
poder maléfico que le está haciendo la vida imposible. En la última
ocasión, como en las anteriores, le han
puesto unos electrodos afectivos que la han dejado agotada. A veces le da
tiempo a reaccionar, y dice por el megáfono: ‘Oigan, que me han puesto unos
electrodos afectivos’. Pero por cansancio y por efecto de la electrocución, se
queda ----------.
Después de la última ocasión, está reponiéndose. La han dado de baja en el
laberinto y se encuentra en una sala blanca y sin esquinas ni aristas. A veces
flota. Si está de baja, el sistema está tranquilo.